El fin era agradar a los dioses, llamarles la atención y recitarles oraciones.
Las libaciones consistían en verter un líquido o asperjarlo en un lugar simbólico, como un altar, ante un templo o sobre una piedra sagrada, como el ónfalo de Delfos, e incluso sobre la tierra.
Se realizaba un ritual con recipientes especiales, que a veces también eran ofrendados tras el rito.
En el culto cotidiano había prescritas tres libaciones diarias: nada más levantarse, en la principal comida del día y antes de acostarse. Se hacían invocaciones a los dioses, ofreciéndoles para su agrado el líquido vertido y nunca consumido.
Muy a menudo se realizaba con vino aguado, pero también se podía verter leche o vino mezclado con miel y especias. Las libaciones antes de viajes o partidas de guerreros y las destinadas a los muertos eran especiales.
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