El
orfismo se mueve exclusivamente en un plano
religioso. Es una
secta que cuestiona la
religión oficial de las ciudades peninsulares helénicas. En particular, a dos niveles: uno de
pensamiento teológico, otro de prácticas y comportamientos. El
orfismo es, fundamentalmente, una
religión de textos, con las
cosmogonías,
teogonías e interpretaciones que estas no dejan de producir. En lo esencial, toda esta literatura parece elaborada contra la
teología dominante de los griegos, es decir, la de
Hesíodo y su
Teogonía. Al ser el
orfismo una
literatura inseparable de un género de
vida, la ruptura con el
pensamiento oficial entraña diferencias no menos grandes en las prácticas y en los comportamientos. Aquel que opta por vivir a la manera órfica, el
bíos orphikós, se presenta, en primer lugar, como un
individuo y como un
marginado, es un
hombre errante, semejante a esos Orfeo-telestes que van de
ciudad en
ciudad, proponiendo a los particulares sus recetas de
salvación, paseándose por el mundo como los
demiurgos del pasado. Miembros de una
secta al margen de la
política, gente de
libros y
textos sagrados, y al mismo tiempo practicantes de sus
ritos mistéricos y de un peculiar
ascetismo (con preceptos estrictos como el no comer
carne ni derramar
sangre animal o vestir
telas de
lino), los órficos dejaron una larga huella en varios textos, pero también importantes ecos en muy diversos autores, especialmente en algunos filósofos.
El credo órfico propone una innovadora
interpretación del
ser humano, como compuesto de un
cuerpo y un
alma, un
alma indestructible que sobrevive y recibe premios o castigos más allá de la
muerte. Un precedente puede encontrarse en
Homero, pero en él era el cuerpo el verdadero yo del
hombre, mientras que para los órficos es el
alma lo esencial, lo que el iniciado debe cuidar siempre y esforzarse en mantener pura para su
salvación. El cuerpo es un mero vestido, un habitáculo temporal, una prisión o incluso una
tumba para el
alma, que en la
muerte se desprende de esa envoltura terrenal y va al
más allá a recibir sus premios o sus castigos, que pueden incluir algunas reencarnaciones o
metempsicosis en otros cuerpos (y no sólo humanos), hasta lograr su
purificación definitiva y reintegrarse en el ámbito divino.
Para expresar su credo, los órficos recurren a una
mitología de temas muy definidos: de un lado, a una
teogonía (distinta a la hesiódica) y, de otro, a una teoría soteriológica, de larga influencia posterior sobre el destino del
alma.
Especial relieve tiene un
mito dionisíaco que, en la interpretación órfica, explica el carácter patético de la vida humana, en una condena en que el
alma debe purgar un crimen titánico. Según este
mito, los antiguos
Titanes, bestiales y soberbios, mataron al pequeño
Dioniso, hijo de
Zeus y
Perséfone, atrayendo al niño con brillantes juguetes a una trampa. Lo mataron, lo descuartizaron, lo cocieron y lo devoraron.
Zeus los castigó fulminándolos con su rayo (sólo el
corazón del dios quedó a salvo, y de él resucitó entero de nuevo el hijo de
Zeus). De la mezcla de las cenizas de los abrasados
Titanes y la tierra surgieron luego los seres humanos, que albergan en su interior un componente titánico y otro dionísiaco. Nacen, pues, cargados con algo de la antigua
culpa, y deben purificarse en ella en esta vida, evitando derramar sangre de
hombres y
animales, de modo que, al final de la existencia, el
alma, liberada del cuerpo, casi
tumba y
cárcel, pueda reintegrarse al mundo divino del que procede.
El proceso de
purificación puede ser largo y realizarse en varias transmigraciones del
alma o
metempsicosis. De ahí el precepto de no derramar
sangre humana ni
animal, ya que también en formas animales puede latir un
alma humana (e incluso la de un pariente). Al iniciarse en los
misterios, el
hombre adquiere una guía de
salvación, y por eso en el
Más Allá los iniciados cuentan con una
contraseña que los identifica, y saben que deben presentarse ante los dioses de ultratumba con un saludo amistoso, como indican las laminillas órficas que se entierran con ellos. Las laminillas áureas apuntan instrucciones para realizar bien la
catábasis y entrar en el
Hades (no beber en la fuente del
Olvido, sí en la de la
Memoria, proclamar 'también yo soy un ser inmortal', etc.).
La
teogonía órfica recoge ecos de
teogonías orientales y concede un papel esencial a divinidades marginadas del repertorio hesiódico, como
Nix, el
Tiempo,
Fanes, y habla del
Huevo Cósmico primordial, o del Reinado de
Dioniso. Esta
mitología está expuesta en textos de muy diversas épocas, y se compone de fragmentos muy distintos, empezando por breves restos de muy antiguos poemas y concluyendo con las glosas de época tardía donde se mezclan ecos filosóficos variados. Hubo una tradición de textos antiguos en
verso y comentaristas en
prosa, al margen de
símbolos y
contraseñas. Los órficos fueron muy aficionados a escritos y libros de nivel diverso, unos más de
proselitismo popular y otros más refinados. Al final, confluyen con algunos textos de
magia.
Los
órficos (orphikoi) fueron un grupo que unió creencias procedentes del culto al dios
Apolo, con otras relacionadas con la
reencarnación.
Creían que el
alma se mantiene únicamente si se conserva su estado puro. Por ello usaron a
Dioniso como un elemento purificador y figura central de sus creencias.
Orfeo, por su parte, con sus cualidades de pureza sexual, su facultad de profetizar lo que ocurriría después de la muerte y sus dotes musicales, aportaba otra figura central para el anclaje de las creencias
órficas.
Estas creencias fueron recogidas de narraciones sagradas ( iepoi lógoi ) que suelen datarse en el siglo III antes de Cristo. En el siglo V antes de Cristo,
Heródoto, habla de los
órficos y de los
pitagóricos como participantes activos de ciertos
tabúes o prohibiciones. Se sabe también que
Platón se vio vinculado con oráculos y revelaciones
órficas. Por otra parte,
Aristóteles, conoció y manejó las llamadas
Narraciones Órficas.
Puede decirse por tanto que la denominación de órficos en el mundo griego tenía un puesto importante, pero más en forma sectaria, y no debe confundirse nunca con la percepción griega sobre la formación de la vida y del universo.
La existencia de las famosas
láminas áureas procedentes de tumbas de
Grecia y
Creta, con carácter órfico para el tratamiento del alma del muerto, y anteriores al período helenístico, únicamente demuestran lo antes dicho: la existencia de algún tipo de secta ritual con creencias religiosas acerca de la vida después de la vida y la transcendencia continua del alma.
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