Ninguna de las Órdenes de Caballería
surgidas al amparo de las Cruzadas ha sido más conocida, estudiada y
vilipendiada. Ninguna ha tenido tanto misterio a su alrededor ni ha provocado
tantas leyendas ni ha servido como inspiración literaria hasta nuestros días.
En
el año 1118 nacieron los
templarios para dedicar su vida al servicio de Tierra Santa y proteger,
auxiliar
y defender a los peregrinos. Nueve caballeros franceses, encabezados por
Hugo de Payns, hicieron ante el patriarca de Jerusalén, en aquellos
momentos en
manos cristianas, tres votos: castidad, pobreza y obediencia. Tomaron el
nombre de
Pobres Caballeros de Cristo y del Templo de Salomón, de donde derivaría
el de
templarios con el que se les conoció popularmente.
La orden, disciplinada y abnegada, se
articulaba bajo un gran maestre y por debajo de él se situaba n el resto de los caballeros, mitad monje y mitad soldado.
Muy pronto, esta orden sin ánimo de
lucro, se ganó el favor de las cortes europeas. En Francia y también en España,
especialmente, en las zonas de Cataluña y Levante, los templarios tuvieron
mucha implantación y recibieron tierras, castillos y medios para cumplir la sagrada
misión de guerrear contra el infiel. Apoyados por Bernardo de Claraval, consiguieron
la aprobación papal y Honorio II los convirtió en el brazo armado de Dios, debiendo
someterse únicamente al dictamen de la Iglesia.
Los
caballeros templarios conocieron
tiempos de prosperidad. Eran la única fuerza bien organizada y fiable de
los reinos cristianos, también conocidos por su fanatismo
que, en ocasiones les hacían arrostrar acciones suicidas de provecho
nulo. Tal vez
esto se debía a que los templarios no pagaban rescate por sus compañeros
en el
caso de que fueran hechos prisioneros, y ante tal situación, no cabe
duda, de
que muchos preferían la muerte.
Fueron los primeros soldados
uniformados y vestían así: Cota de malla cubierta por túnica blanca en la que
campeaba una cruz roja característica y que adoptaron durante la II Cruzada.
Usaban también unos pantalones de piel de oveja que no se quitaban nunca.
Llevaban barba que en Oriente simbolizaba la virilidad y la distinción. Este detalle, aparentemente insignificante, tenía su importancia pues los hacía los enemigos más respetados por los árabes que lucían también barbas como ellos, mientras la moda occidental imponía que los hombres se rasurasen el rostro.
Eran muy estrictos en cuanto a la
moralidad, no podían mostrarse desnudos delante de ningún compañero ni abrazar a
una mujer, aunque se tratase de su madre o hermanas. Se dice que esta precaución
era inútil, pues su higiene personal era más bien escasa y es poco probable que
las féminas deseasen acercarse a aquellos fieros guerreros que no despedían, precisamente,
aroma a flores.
Entre
1289 y 1291 cayeron los
reinos cristianos de Tierra Santa perdiéndose definitivamente. Los
templarios ya
no tenían razón de ser, pero las dos naciones recibidas de los reinos
europeos los convirtieron en el banco más poderoso del momento. La
Iglesia no
permitía la usura y los préstamos templarios recibían, en concepto de
intereses,
tierras y donaciones en especies o favores. Llegaron a ser inmensa mente
ricos
... y como suele ser habitual la riqueza generó la envidia. Comenzó a
tachárseles de nigromantes, de adoradores del diablo, de sodomitas ...
Además, se
ocuparon en otras labores bien distintas a las originales de la orden,
interviniendo
en conflictos armados europeos entre príncipes cristianos.
Cuando Felipe IV de Francia les pidió
un préstamo y se lo concedieron, fue el principio del fin para el Temple. El
rey empezó a maquinar que sería mejor acabar con ellos que satisfacer los pagos
de la deuda contraída. No era fácil conseguirlo si la Iglesia no les retiraba
su apoyo, pero Felipe IV encontró en el arzobispo de Burdeos la persona idónea
para este propósito.
En 1305 fue nombrado Papa con el nombre de Clemente V y Felipe se lo llevó a Avignon, en
teoría para proteger el papado de una Roma convulsa. Se trató del inicio de lo que se llamó "la
cautividad de Babilonia"
Con el Papa en su poder, Felipe IV
contó con la ayuda de un templario que había renegado de sus votos y que no
dudó en acusar a sus ex compañeros de herejes, de comportamiento indigno, de
prácticas extrañas y ocultistas aprendidas en Oriente ... y el 13 de octubre, viernes,
de 1307, se dio la orden real de detener a todos los templarios. Desde entonces,
el viernes 13 está considerado en Europa como un día nefasto.
Algunos
templarios, pocos, lograron
huir, refugiándose en otros países que no fueron tan despiadados como
Francia en la represión de la orden. Felipe IV torturó a los
templarios sin piedad. Muchos confesaron sin saber siquiera lo que
decían ante los sufrimientos
que les inflingieron y cuando se dieron cuenta de lo que habían hecho
volvieron
a retractarse. Para ninguno hubo salvación y murieron en la hoguera. El
último
gran maestre, Jacobo de Molay, un anciano decrépito, tuvo la fuerza de
explicar
ante la multitud que contemplaba el suplicio, cuál era la verdad y las
pretensiones
reales.
En
su agonía, envuelto en llamas, las últimas palabras de Molay fueron para
emplazar al rey y al Papa para que rindieran cuentas a Dios de estos actos
antes de que terminase el año y parece que ambos murieron en el plazo fijado por viejo maestre.
La leyenda templaria estaba en
marcha. ¿Verdad, mentira? ¡Quién puede saberlo! aunque las enormes riquezas que
llegaron a acumular y la vida opulenta que orden llevó en sus últimos tiempos
desencadenaron la suspicacias y los deseos de los envidiosos. Ya por siempre la
Orden quedaría envuelta en un aura esotérica de la que no lograría desprenderse
con el paso de los siglos.
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