Los que en nuestra infancia todavía llegamos a estudiar Historia Sagrada sabíamos que Abraham era el padre de los creyentes, el gran patriarca de los judíos, el hombre dispuesto a sacrificar a su propio hijo tal como le pedía el Dios único que detuvo su mano en el último momento. En premio a su fidelidad Yahvé le prometió: "Multiplicaré tu descendencia como las arenas de la playa y las estrellas del cielo".
Pero además de la religión judía, las otras dos grandes confesiones monoteístas: cristiana e islámica, consideran a Abraham una de las piedras angulares en la que cimentan sus creencias. Así ha sido durante milenios. Sin embargo, dos investigadores franceses y judíos nos han sorprendido, hace poco tiempo, identificando al patriarca con Akhenaton, el faraón que adoraba a un solo dios. Sus estudios se basan en varios presupuestos que parten de estudios lingüísticos, filológicos y arqueológicos que son verdaderamente interesantes.
El pueblo judío vivió en el cautiverio egipcio 430 años sin que existan testimonios escritos de su presencia, lo cual es verdaderamente extraño en una civilización que tenía una importantísima burocracia y de todo cuanto acontecía lo plasmaba en los papiros que han permitido conocer tanto y tanto de su historia. En esos 430 años se sucedieron muchos faraones y parece que el gran éxodo judío se produjo bajo el faraón Ai, furibundo politeísta, que mandó expulsar a todo aquellos que creyeran en un solo dios. Los expulsados se dirigieron a Canaán, una provincia que se encontraba a unos 10 días de camino de la ciudad que fundara Akhenaton y no se llamaban ni judíos ni hebreos sino yahuds, que significa "adoradores del faraón". Años después crearon un reino al que pusieron por nombre Yahuda, Judea.
Nuestros investigadores, Roger y Messod Sabbah, han comprobado que la Biblia al hablar de Abraham coincide con el orden cronológico del faraón Akhenaton y con aspectos de su biografía como son el sacrificio de su hijo, la destrucción de los ídolos y las intrigas y desavenencias de sus esposas. Sólo así se explicaría el "silencio administrativo" egipcio y el que se les permitiera asentarse en Canaán, provincia administrada por Egipto. Además de todo esto, después de estudiar minuciosamente las pinturas de las tumbas del Valle de los Reyes, encontraron entre los miles de jeroglíficos que recubren las paredes, símbolos de la lengua hebrea, lo que cimentó, aún más, sus tesis de que los judíos son de origen egipcio. Siguiendo esta línea sostienen que Moisés era el brillante general egipcio Mose, que se convertiría en Ramsés I. Como otra curiosidad más el Moisés bíblico y el faraón egipcio comparten los mismos símbolos: la serpiente y el bastón, los cuernos y los rayos.
Muchos años antes de estas investigaciones Sigmund Freud llegó a conclusiones parecidas siguiendo su propia intuición: "Si Moisés fue egipcio, si transmitió su religión a los judíos, fue la de Akhenaton, la religión de Atan:
La Biblia, el libro sagrado de judíos y cristianos, es una verdadera joya literaria en la que se mezcla la historia, la leyenda y el mito. Los actuales biblistas cristianos reconocen que muchas de las figuras bíblicas son apenas sostenibles históricamente hablando. La existencia de Israel, entre los siglos XVIII Y XIV a.C., está envuelta en una gran penumbra y no sería de extrañar que los historiadores judíos la plasmasen con recuerdos y tradiciones legendarias.
Concha Masiá.
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