Si nos fijamos en los zigurats asirios, las pirámides aztecas y los monolitos de Stonehenge (templos, a la vez que observatorios), vemos que todos ellos revelan el gran interés de los pueblos antiguos por el cielo. Otra cosa es la interpretación que los sacerdotes hacían de sus observaciones. Contra la bóveda del firmamento se mueven las estrellas fijas, que nunca cambian, y los planetas (errantes, en griego), que poseen movimiento propio. En ese teatro se desarrolla la astrología, una lejanísima heredera de las religiones astrales. Decía Kant que, cuanto más cavilaba, más le seguían conmoviendo dos asuntos: "El cielo estrellado encima de él y el orden moral dentro de él". Bien mirado, esos dos temas constituyen el núcleo mismo del hecho religioso. El primero es el reino de los dioses, y el segundo, el territorio de los hombres. La religión es lo que hay entre ellos.
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