Día clave, fundamental, el 16 de julio del año 622 en el calendario musulmán, porque en esa fecha Mahoma salió sin prisa pero sin pausa camino de Medina con un puñado de seguidores. En La Meca, vaya por Dios, no gustaba su prédica. Esta migración a Medina marcó el inicio del calendario musulmán.
La tradición musulmana cuenta que a Mahoma se le apareció el arcángel Gabriel, enviado por Alá para hacerle las revelaciones que luego quedarían plasmadas en el Corán. Y esto es curioso, porque fue el mismo Gabriel quien reveló la palabra de Dios a los judíos y el mismo que anunció el nacimiento de Cristo. Así que no se entiende por qué discuten tanto judíos, cristianos y musulmanes si tuvieron el mismo interlocutor.
Mahoma, al principio, guardó secreto sobre las revelaciones que recibía, porque a él mismo le asustaban y no estaba seguro de que fueran bien recibidas. Entre otras cosas porque los valores que predicaba entonces eran la igualdad, la generosidad y el cuidado de los más débiles. En resumen, una sociedad más justa, cosa esta que no cuadraba con el capitalismo instalado en La Meca.
¿Quiénes fueron los primeros y escasos seguidores de Mahoma? Pues los esclavos, los pobres y los que no teman nada que perder. Nadie más se apuntó al islam. Ni siquiera su familia. Tanto se cerró el cerco en La Meca, que Mahoma negoció con Medina su llegada a la ciudad con ciento cincuenta seguidores para transmitir el mensaje de Alá. Aquel día de julio partieron y esa partida se conoce como Hégira.
No alcanzaron la ciudad hasta septiembre, y nada más llegar a Medina, Mahoma dejó libre su camello y allí donde se detuvo construyó la primera mezquita del islam y orientó los rezos hacia Jerusalén, porque Jerusalén era el centro del monoteísmo y porque el Profeta buscaba el apoyo de los judíos. Luego tuvieron sus diferencias, sus discusiones y Mahoma dijo. «Pues ahora lo cambio, todo el mundo mirando a La Meca». Ahí se lio el asunto y la madeja no ha parado de enredarse en catorce siglos.
Nieves concostrina.
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