viernes, 2 de febrero de 2018

EL JUICIO FINAL EN PELOTAS.






Menuda polvareda se levantó en Roma el 24 de diciembre de 1541. Cuando Miguel Ángel descubrió El Juicio Final, pintado en la pared del altar de la Capilla Sixtina, lo más suave que se
oyó es «a este tipo se le ha ido la cabeza». Todos los protagonistas del Antiguo y el Nuevo Testamento estaban en pelotas y con todas sus casitas puestas. Gestos crispados, escenas caóticas, miedo, espanto ... Si eso era lo que le esperaba a un cristiano, mejor hacerse musulmán. 

El Juicio Final era un festival de testículos, culos y posturas obscenas, y esto, en la Roma del siglo XVI, dejó a algún cardenal infartado. Dónde había quedado aquella armonía de las figuras que Miguel Ángel había pintado veinte años antes en la bóveda de la Capilla Sixtina. Pues se había quedado en el camino. Miguel Ángel era ya muy mayor, más pesimista, estaba de vuelta de todo, había tratado hasta con diez papas distintos y volcó todo su genio en aquel fresco convulso y caótico. Porque Miguel Ángel iba a su bola, y quien lo contratara ya sabía a lo que se exponía. 

En El Juicio Final Miguel Ángel dio la vuelta a los cánones establecidos. Los ángeles carecen de alas, los apóstoles tienen cara de mala leche, las matriarcas de Israel están con los pechos fuera y Jesucristo, sin barba y muy joven, hace un gesto a todos como diciendo “dejadme en paz”. Y todo ello en el Vaticano. 

A Miguel Ángel casi se lo comen, pero le dio igual. Es más, a todo aquel que le atacó mientras pintaba, lo plantó en su obra en postura comprometida: el rostro de un alto cargo de la curia vaticana lo puso representando a Minas, el juez del averno, con una serpiente mordiéndole el pene. De lo que no se libró Miguel Ángel, aunque al menos no llegó a vedo, fue de que el Vaticano ordenara a un pintor tapar culos y genitales con trapitos y calzones. El repintador pasó a la historia como Il Braghettone. Triste currículum artístico ponerle bragas a El Juicio Final. 

Nieves Concostrina.

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