La
noble italiana Bianca Lancia (1200-1233) conoció a Federico II, el
emperador del Sacro Imperio Romano Germánico, cuando este ya había
contraído matrimonio con Yolanda de Jerusalén. Ambos mantuvieron una
relación que se prolongó durante años y dio origen a una terrible
leyenda: cuando Bianca quedó embarazada de su tercer hijo, Federico
sospechó que lo había traicionado y, carcomido por los celos, decidió
encerrarla en el castillo de Gioia del Colle, en Bari. Ahí,
enclaustrada, Bianca dio a luz, tras lo cual decidió cortarse los pechos
para morir desangrada. Un emisario se los envió al soberano junto al
niño recién nacido. Otra versión del mito asegura que ella misma arrojó
por un acantilado sus senos junto al bebé. Tras su muerte, el espectro
de la dama seguiría vagando por el alcázar, entre gemidos y suspiros,
proclamando su inocencia.
Sin embargo,
algunos historiadores consideran que de ningún modo podría haber
ocurrido algo así, pues el emperador al final de su vida incluso intentó
legitimar a los hijos que tuvo con ella.
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