EL JESÚS HISTÓRICO. John P. Meier. Un judío marginal.
1) La realidad total de una persona es en principio incognoscible, a pesar de que nadie negaría que esa realidad total existió. Esto nos recuerda simplemente que, por su propia naturaleza, todo conocimiento histórico acerca de los seres humanos es limitado.
2) Respecto a muchos personajes públicos de la historia moderna, las montañas de datos empíricos disponibles hacen posible un retrato “razonablemente completo” del individuo “real”, lo cual no quita que, naturalmente, quepan interpretaciones diversas de esos datos.
3) Aun disponiendo de un material fuente mucho menos abundante, los estudiosos de la historia antigua pueden reconstruir a veces un retrato razonablemente completo de unas cuantas grandes figuras (p. ej. Cicerón y César).
4) Sin embargo, carecemos de fuentes suficientes para reconstruir un retrato razonablemente completo de la gran mayoría de los personajes de la historia antigua; el Tales de Mileto o el Apolonio de Tiana “real” está simplemente fuera de nuestro alcance. A esta última categoría pertenece Jesús de Nazaret. No podemos conocer al Jesús “real” mediante investigación histórica, ni su realidad total ni siquiera un retrato biográfico razonablemente completo. Sí podemos conocer, en cambio, al “Jesús histórico”.
EL JESÚS HISTÓRICO.
El Jesús de la historia es una abstracción y construcción moderna. Este judío marginal de una provincia marginal situada en el extremo oriental del Impero Romano no dejó escritos propios (como hizo Cizerón), ni monumentos arqueológicos u objetos (como hizo Augusto), ni nada que venga de él sin intermediarios. El Jesús histórico no es el Jesús real. El Jesús histórico puede darnos fragmentos de la persona “real”, pero nada más.
Los Evangelios nos presentan al “Jesús terreno”, esto es, una pintura –aunque parcial y coloreada teológicamente- de Jesús durante su vida en la tierra, pero no presentan al Jesús histórico.
FUENTES.
La fuente principal de nuestro conocimiento acerca del Jesús histórico es también el mayor problema: los cuatro evangelios canónicos, que los cristianos aceptan como parte del Nuevo Testamento. Los evangelios no son principalmente obras de historia en el sentido moderno de la palabra. Su finalidad es, ante todo, proclamar y fortalecer la fe en Jesús como Hijo de Dios, Señor y Mesías. Su versión está imbuida desde principio a fin por la fe en que Jesús crucificado resucitó de entre los muertos y volverá glorioso para juzgar al mundo. Además, los Evangelios no intentan o dicen ofrecer nada semejante a un relato completo ni siquiera un resumen de la vida de Jesús. Marcos y Juan presentan a Jesús ya adulto, empezando por su ministerio. Tanto Mateo como Lucas anteponen a la narración del ministerio público dos capítulos de relatos sobre la infancia, cuya historicidad es muy debatida. Inmediatamente reconocemos la imposibilidad de escribir la biografía (en sentido moderno) de un hombre que murió a la treintena de edad, cuando, en el mejor de los casos, conocemos acontecimientos escogidos de tres o cuatro amos de su vida.
Y lo que es peor: no sabemos prácticamente nada acerca de la verdadera secuencia histórica de esos acontecimientos de los que nos ha quedado noticias.
Mateo reordena libremente los relatos de milagros de Marcos para crear una pulcra colección de nuevos relatos dividida en tres grupos separados entre sí por material “aislante” (Mt 8-9). El gran sermón de la montaña que presenta Mt se encuentra, en parte, en el sermón del llano, más breve, de Lucas y, en parte, en material diseminado por el largo relato que hace Lucas del viaje final de Jesús hasta Jerusalén (Lc 9,51-19,27).
Cada autor sinóptico ha reordenado las perícopas en la estructura de su evangelio para acoplarlas a su propia visión teológica. Dado que también, las colecciones de perícopas anteriores a los Evangelios ya estaban ordenadas de una manera artificial, no tenemos la posibilidad de determinar cuál es el orden histórico de los acontecimientos, si es que realmente lo hay.
Podemos afirmar de que el Ministerio de Jesús empezó después de su bautismo por Juan en el Jordán y terminó con el fatídico viaje final a Jerusalén para la fiesta de Pascua. No es posible saber la duración exacta de los acontecimientos del ministerio público ni su orden exacto. Sin una idea del “antes y después”, toda biografía en el sentido moderno es imposible.
Para mayor confusión, en el cuarto Evangelio Juan va a su aire en gran medida, centrado en el ministerio de Jesús, no en Galilea, como los sinópticos, sino más bien en Judea y Jerusalén.. En el cuarto Evangelio, Jesús adulto viaja a Judea y Jerusalén al menos cuatro veces, lo cual contrasta con el único viaje que se registra en los sinópticos al final del ministerio público.
HEMOS CONSERVADO LAS PALABRAS EXACTAS DE JESÚS.
El erudito del siglo XX que confiaba en nuestra habilidad para extraer de los Evangelios la misma voz de Jesús era Joachim Jeremías, que se dedicó a reconstruir el original arameo de varios dichos auténticos de Jesús.
Por ejemplo, tenemos cuatro relatos de lo que Jesús dijo sobre el pan y el vino en la última cena (Mc 14,22-25; Mt 26,26-29; Lc 22,19-20; 1 Cor 11,23-26), y las cuatro versiones difieren entre sí. Obviamente, Jesús pudo decir estas palabras sólo una vez antes de que su vida acabase bruscamente; por tanto no podemos alegar supuestas repeticiones en varias formas. Tenemos aquí un dato revelador: las “palabras eucarísticas” eran claramente importantes para la Iglesia primitiva, pero su importancia para la Iglesia primitiva garantizaba una coincidencia en la sustancia, no en las palabras mismas. Y si esto es verdad para las “palabras de la institución” pronunciadas en la última cena, ¿tenemos alguna razón para pensar que otras palabras de Jesús fueron conservadas con mayor celo al pie de la letra?
FUENTES.
El judío e historiador José ben Matías (37/38 d.c). Conocido como Flavio Josefo. Escribió dos grandes obras: La guerra judía, comenzada en los años inmediatamente posteriores a la caía de Jerusalén en año 70 d.Cy la mucho más extensa Antigüedades Judaicas, escrita entre el 93-94 d.C. Ambas, al menos en algunas versiones, contienen pasajes en los que se menciona a Jesús. Lo que ocurre es que al menos, con seguridad, un pasaje es de creación cristiana posterior; ¿y los otros?
Pasaje clave: “Así, pues, habiendo pensado esta clase de persona (o sea, un cruel saduceo), Anano, que disponía de una ocasión favorable porque Festo había muerto y Albino estaba aún de camino, convocó una reunión (sandrín) de jueces y llevó ante él al hermano de Jesús, que es llamado Mesías, de nombre Santiago, y a algunos otros. Los acusó de haber transgredido la ley y los entregó para que fuesen apedreados”.
Ideas de la autenticidad del pasaje:
1) Josefo no conoce la línea genealógica (“Santiago, hijo de José””) que podría utilizar para identificar a Santiago; por eso se ve forzado a identificarlo por medio de su hermano Jesús, más conocido como “el Mesías”.
2) Por el modo como el texto identifica a Santiago, no es plausible que proceda de una mano cristiana ni tampoco de una fuente cristiana. Ni el NT ni los primitivos autores cristianos se refieren a Santiago de Jerusalén de un modo tan despegado como “el hermano de Jesús”, sino –con la reverencia que cabría esperar- “el hermano del Señor” o “el hermano del Salvador”. Pablo, que no tenía demasiado cariño a Santiago, le llama “el hermano del Señor” en Gál 1,19. Hegesipo (historiador de la Iglesia en el Siglo II, habla igualmente de Santiago (Eusebio,Historia Eclesiástica, 2.32.4). La designación de Josefo no concuerda con el NT ni con el uso patrístico primitivo, y por tanto no procede probablemente de la mano de un interpolador cristiano.
Las demás fuentes; Tácito y otros autores paganos del siglo II d.C; las fuentes judías aparte de Josefo, los agrapha (hechos y dichos no escritos de Jesús), los evangelios apócrifos, el material de Nag Hammadi (restos de una antigua biblioteca copta escritos en el siglo IV d.C) no nos aportan nada del Jesús histórico.
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