Que el cardenal Cisneros fue un gobernante excepcional, es imposible ponerlo en duda. Que lo hiciera bien, es otra historia. Sí hay que agradecerle que pusiera en marcha una de las universidades más prestigiosas de España, la de Alcalá de Henares, aunque resulta contradictorio que espíritu tan humanista en bien de la educación no lo empleara en apaciguar las relaciones entre musulmanes, judíos y cristianos. Muy al contrario, animó el cotarro, calentó los cascos de los Reyes Católicos y las consecuencias las conocemos todos. Los judíos salieron a carretadas, los musulmanes se rebelaron en las Alpujarras y el crisol de culturas se fue al garete. Y, encima, como Cisneros vivió tanto, ochenta y un años, tuvo mucho tiempo para dar la guerra.
Murió en Roa, en Burgos, el 8 de noviembre de 1517, pero lo hizo sin querer, porque sólo estaba de paso camino de recibir al futuro rey de España Carlos I, aquel que cuando llegó a gobernarnos no hablaba castellano ni en la intimidad.
El cardenal Cisneros fue de todo en esta vida: confesor de la reina, inquisidor, primado de España, consejero real, estratega militar, capitán general, gobernante, látigo de infieles y acosador de reinas locas. En resumidas cuentas, un tipo muy listo que contribuyó a forjar la nueva España que entonces nacía. Tuvo participación directa en la toma de Granada y en el encierro de Juana la Loca en Tordesillas para que Fernando el Católico recuperara el trono castellano. Pero también metió en cintura al clero de la época, que adoptaba poses muy relajadas porque tenían como ejemplo a Alejandro VI, papa y papá de una numerosa prole.
También impulsó Cisneros las campañas militares en el norte de África; pero no sólo las impulsó, es que diseñó los ataques y se empeñó hasta en encabezar las tropas. No le dejaron, porque con las faldas cardenalicias, la espada, el caballo y el báculo hubiera tenido un disgusto.
Existencia tan batalladora y fructífera acabó en un magnífico sepulcro de mármol de Carrara en Alcalá de Henares, tal como fue su deseo, aunque Cisneros pidió ser enterrado en la Universidad y lo dejaron en la iglesia de al lado, la de San Idelfonso. Llegó a abrirse un proceso largo y muy costoso para su canonización, pero no hubo éxito. Al currículum del cardenal Cisneros sólo le faltaba el título de santo. Fue lo único que no logró, porque no dependía de él.
NIEVES CONCOSTRINA.
HISTORIAS DE LA HISTORIA.
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