El pergamino se inventó para cubrir una necesidad ya que, en el siglo II a. C, el faraón Ptolomeo, celoso de la reputación de Pérgamo, como centro cultural de la época, dejó de suministrarles papiros para la escritura.
Así, los escribanos de Pergamo azuzaron el ingenio e inventaron un nuevo soporte, el pergamino, a partir de pieles de cordero o cabras.
De todas formas, y antes de la invención de la imprenta, el pergamino era un bien escaso y muy preciado, especialmente en los monasterios, lugares en los que se copiaban los libros a mano.
Pare reducir gasto, un monje inglés del siglo VII de nombre Alcuino, decidió inventar las letras minúsculas que, al ser más pequeñas, permitían incluir más texto en un mismo espacio.
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