jueves, 29 de noviembre de 2018

DECISIONES TRIDENTINAS.



Desde que San Pedro convocó el primer concilio, la Iglesia ha celebrado veintiuno, que no es que sean muchos en dos mil años, pero es que tampoco cambian tanto las cosas como para celebrar más. El más pesado de todos fue el de Trento, que se celebró en tres fases, y el día 29 de noviembre de 1560 se convocó la última. El concilio había comenzado en 1545 y discurrió a lo largo de dieciocho años, con nivel amarillo, circulación lenta con paradas intermitentes y cinco papas por medio. 
Una de las decisiones tridentinas que ahora está más de actualidad es la del celibato. No es que se decidiera en Trento, porque la supuesta obligatoriedad del celibato venía desde el concilio de Letrán, pero en Trento se insistió, por si a algún cura se le había olvidado. Y esto tiene gracia, porque el papa que convocó el concilio de Trento tenía cuatro hijos. 
El de Trento ha sido, quizás, el más trascendental de la historia de la Iglesia, porque daba respuesta a la Reforma protestante. Es imposible resumir las decisiones tridentinas, pero lo que más suena a los profanos es que quedó claro que, además del ADN, el pecado original también se hereda y si no te bautizas vas de cabeza al infierno. Quedó sentado que las Escrituras no las interpreta cualquiera, sólo la Iglesia; que a los santos hay que rendirles culto; que el purgatorio existe sin posibilidad de recalificación; que había que crear seminarios para educar al clero; y que los obispos tenían que trabajar más y mejor. Nada de acumular diócesis y no aparecer por ellas. 
 Pablo III.
Julio III.
Marcelo II.
Resultado de imagen de PABLO IVPablo IV.
Para entender por qué se hizo tan pesado el concilio de Trento hay que conocer a los cinco papas que reinaron en aquellos dieciocho años. Lo convocó Pablo III, un pontífice con genio y sin escrúpulos célibes, porque éste es el de los cuatro hijos. No le dio tiempo a rematarlo. Y tampoco pudo el siguiente, Julio III, un papa con poco espíritu y menos coraje. Subió después al papado Marcelo II, que, como sólo duró tres semanas, no tuvo tiempo ni de cogerle gusto al papado. Llegó un cuarto papa, Pablo IV, pero salió respondón. Dijo que qué era eso de concilios ecuménicos para revisar doctrinas y disciplinas. Que si la máxima autoridad era el papa, él se bastaba y se sobraba para dictar lo que había que hacer. Menos mal que también se murió y, por fin, un quinto papa, Pío IV, logró concluir el concilio de Trento, el más accidentado de la historia de la Iglesia y el que más le gusta a Benedicto XVI porque no deja casarse a los curas. 
 
Nieves Concostrina.

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