Desde
que San Pedro convocó el primer concilio, la Iglesia ha celebrado veintiuno, que
no es que sean muchos en dos mil años, pero es que tampoco cambian tanto las cosas
como para celebrar más. El más pesado de todos fue el de Trento, que se celebró en tres fases,
y el día 29 de noviembre de 1560 se convocó la última. El concilio había comenzado
en 1545 y discurrió a lo largo de dieciocho años, con nivel amarillo, circulación
lenta con paradas intermitentes y cinco papas por medio.
Una de las
decisiones tridentinas que ahora está más de actualidad es la del celibato. No es
que se decidiera en Trento, porque la supuesta obligatoriedad del celibato venía
desde el concilio de Letrán, pero en Trento se insistió, por si a algún cura se
le había olvidado. Y esto tiene gracia, porque el papa que convocó el concilio
de Trento tenía cuatro hijos.
El de Trento
ha sido, quizás, el más trascendental de la historia de la Iglesia, porque daba
respuesta a la Reforma protestante. Es imposible resumir las decisiones tridentinas,
pero lo que más suena a los profanos es que quedó claro que, además del ADN, el
pecado original también se hereda y si no te bautizas vas de cabeza al infierno.
Quedó sentado que las Escrituras no las interpreta cualquiera, sólo la Iglesia; que a los santos hay
que rendirles culto; que el purgatorio existe sin posibilidad de
recalificación; que había que crear seminarios para educar al clero; y que los
obispos tenían que trabajar más y mejor. Nada de acumular diócesis y no
aparecer por ellas.
Pablo III.
Julio III.
Marcelo II.
Para
entender por qué se hizo tan pesado el concilio de Trento hay que conocer a los
cinco papas que reinaron en aquellos dieciocho años. Lo convocó Pablo III, un pontífice
con genio y sin escrúpulos célibes, porque éste es el de los cuatro hijos. No le
dio tiempo a rematarlo. Y tampoco pudo el siguiente, Julio III, un papa con
poco espíritu y menos coraje. Subió después al papado Marcelo II, que, como sólo
duró tres semanas, no tuvo tiempo ni de cogerle gusto al papado. Llegó un
cuarto papa, Pablo IV, pero salió respondón. Dijo que qué era eso de concilios
ecuménicos para revisar doctrinas y disciplinas. Que si la máxima autoridad era
el papa, él se bastaba y se sobraba para dictar lo que había que hacer. Menos mal
que también se murió y, por fin, un quinto papa, Pío IV, logró concluir el concilio
de Trento, el más accidentado de la historia de la Iglesia y el que más le
gusta a Benedicto XVI porque no deja casarse a los curas.
Nieves Concostrina.
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