viernes, 30 de noviembre de 2018

LA PATA DE CONEJO.


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La tradición de llevar una pata de conejo en el bolsillo para atraer la suerte no nace de este animal sino de la liebre.

Los antiguos británicos pensaban que estos animales eran criaturas mágicas que había que evitar ingerir.

Por otro lado, algunos tratados medievales mencionan que las mujeres embarazadas y durante la época de lactancia acostumbraban a sentarse en un rincón y ponerse en el regazo uno de estos animales, para que les calentara. A cambio, dejaban que la liebre tomara de su pecho. 

La leyenda popular aseveraba que durante la caza de brujas, éstas se transformaban en liebres y se colaban en las casas de los campesinos para zafarse del peligro. 

Incluso hay una manera de reconocer el engaño: si la liebre, una vez atrapada, resulta difícil de despellejar o cocinar, entonces la bruja se había transformado en animal antes de morir.

Pero la idea de que la pata de liebre trae buena suerte nació de la primitiva creencia de que los huesos de sus patas curan la gota y otros reumatismos, así como los calambres.

Eso sí, para ser eficaz, el hueso debía tener la articulación intacta.

Por ser tan parecidos, la liebre y el conejo se unieron como fruto de las supersticiones relativas a sus virtudes mágicas.

jueves, 29 de noviembre de 2018

DECISIONES TRIDENTINAS.



Desde que San Pedro convocó el primer concilio, la Iglesia ha celebrado veintiuno, que no es que sean muchos en dos mil años, pero es que tampoco cambian tanto las cosas como para celebrar más. El más pesado de todos fue el de Trento, que se celebró en tres fases, y el día 29 de noviembre de 1560 se convocó la última. El concilio había comenzado en 1545 y discurrió a lo largo de dieciocho años, con nivel amarillo, circulación lenta con paradas intermitentes y cinco papas por medio. 
Una de las decisiones tridentinas que ahora está más de actualidad es la del celibato. No es que se decidiera en Trento, porque la supuesta obligatoriedad del celibato venía desde el concilio de Letrán, pero en Trento se insistió, por si a algún cura se le había olvidado. Y esto tiene gracia, porque el papa que convocó el concilio de Trento tenía cuatro hijos. 
El de Trento ha sido, quizás, el más trascendental de la historia de la Iglesia, porque daba respuesta a la Reforma protestante. Es imposible resumir las decisiones tridentinas, pero lo que más suena a los profanos es que quedó claro que, además del ADN, el pecado original también se hereda y si no te bautizas vas de cabeza al infierno. Quedó sentado que las Escrituras no las interpreta cualquiera, sólo la Iglesia; que a los santos hay que rendirles culto; que el purgatorio existe sin posibilidad de recalificación; que había que crear seminarios para educar al clero; y que los obispos tenían que trabajar más y mejor. Nada de acumular diócesis y no aparecer por ellas. 
 Pablo III.
Julio III.
Marcelo II.
Resultado de imagen de PABLO IVPablo IV.
Para entender por qué se hizo tan pesado el concilio de Trento hay que conocer a los cinco papas que reinaron en aquellos dieciocho años. Lo convocó Pablo III, un pontífice con genio y sin escrúpulos célibes, porque éste es el de los cuatro hijos. No le dio tiempo a rematarlo. Y tampoco pudo el siguiente, Julio III, un papa con poco espíritu y menos coraje. Subió después al papado Marcelo II, que, como sólo duró tres semanas, no tuvo tiempo ni de cogerle gusto al papado. Llegó un cuarto papa, Pablo IV, pero salió respondón. Dijo que qué era eso de concilios ecuménicos para revisar doctrinas y disciplinas. Que si la máxima autoridad era el papa, él se bastaba y se sobraba para dictar lo que había que hacer. Menos mal que también se murió y, por fin, un quinto papa, Pío IV, logró concluir el concilio de Trento, el más accidentado de la historia de la Iglesia y el que más le gusta a Benedicto XVI porque no deja casarse a los curas. 
 
Nieves Concostrina.

miércoles, 28 de noviembre de 2018

LA MANO DE FÁTIMA.


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En el Islam, la mano de Fátima, llamada así en memoria de la hija del profeta Mahoma, es un amuleto que protege a las mujeres del mal.

Cada uno de los dedos representa los cinco pilares del Islam. La estrella y la luna creciente que figuran en las banderas de distintas naciones musulmanas fueron adoptadas como símbolos en el siglo XIV, y significan soberanía y dignidad; son, asimismo, el recordatorio del calendario lunar que sigue esta religión. 

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Los domos semiesféricos de las mezquitas representan el arco de la bóveda celeste, mientras que los minaretes aluden a la elevación del nombre de Dios por encima de todo acontecer humano.

martes, 27 de noviembre de 2018

LA ORDALÍA O EL JUICIO DE DIOS.



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Durante la Edad Media fue muy popular un método para impartir justicia que se conocía como la ordalía o el Juicio de Dios. Se aplicaba a todo tipo de delitos y consistía en hacer que el presunto culpable caminase sobre tres rejas de arado al rojo vivo. Si el reo era inocente Dios no permitiría que se quemase porque el Todopoderoso no puede condenar injustamente, pero si no era así el reo sometido a esta prueba quedaba con los pies totalmente quemados. En ocasiones se hacía también con las manos, de donde proviene, posiblemente, la expresión de "poner la mano en el fuego" por algo o por alguien en la seguridad de su inocencia. ¡Como es fácil de imaginar, todos eran culpables! 

Y ésta no era la peor de las torturas, porque fue una época de gran sadismo. El verdugo y la muchedumbre disfrutaban contemplando los tormentos de los pobres condenados en espectáculos que ponen los pelos de punta. En ocasiones los médicos curaban a los reos para que no muriesen y prolongar la agonía de su tortura, aunque sí vamos a ver este sistema se ha seguido hasta nuestros días. En no pocas ocasiones en guerras y represiones se han curado a los prisioneros para poder llevarlos ante un tribunal que los sentenciasen a muerte. Y en cuanto a las torturas, desgraciadamente, en la actualidad se practican en muchos países, y con métodos tan escalofriantes como los que aplicaban en torno al año 1000.

lunes, 26 de noviembre de 2018

LA OBSESIÓN DE FELIPE II POR EL BOSCO.



              
               Dentro de esa faceta esotérica de Felipe II también deberíamos destacar esa extraña obsesión por adquirir todas las obras que pudiera del famoso pintor flamenco: El Bosco.

              En 1570 compró el cuadro bautizado como El carro de heno,que observaba durante horas. Más tarde conseguiría el famoso cuadro de El jardín de las delicias La mesa de los pecados capitales, que lo acompañó durante los últimos momentos de su vida. Algunos estudiosos han apuntado la posibilidad de que el rey perteneciera a alguna sociedad secreta herética.

domingo, 25 de noviembre de 2018

LA OBSERVACIÓN ASTRONÓMICA.



Stonehenge. 

Gracias a observatorios astronómicos como el de Stonehenge, se podía conocer con precisión el momento de los solsticios. Esto era muy importante para saber el día del año en el que estaban y así calcular cuándo debían sembrar. El que el fenómeno del solsticio se repitiera cada año les hacía pensar que había un orden y una regularidad en el universo y se hacían fiestas y rituales de acción de gracias.

En diversas religiones, como por ejemplo la romana, se mantuvieron las fiestas solsticiales, y hoy pervive alguna como la noche de san Juan, en la que se encienden hogueras al ponerse el sol celebrando el solsticio de verano alrededor del 21 de junio, momento en el que el período diario de luz comienza a acortarse.

El solsticio de invierno se produce en torno al 21 de diciembre, y también se hacen algunas fiestas en torno al fuego, utilizado para quemar lo viejo, como símbolo de renovación.

sábado, 24 de noviembre de 2018

LA NO TAN SANTA INQUISICIÓN.


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Si hay una institución que en este país nos provoque solo un poquito más de miedo qu la actual Hacienda, esa es la Santa Inquisición. En un principio se fundó para desarraigar la herejía que se estaba difundiendo entre aquellas personas que profesaban el judaísmo y que, según los propios Reyes Católicos, <<se habían convertido al cristianismo solo en nombre y apariencia>> mientras practicaban clandestinamente la ley de su pueblo. Persiguió a todos los enemigos de la fe: judeoconversos, moriscos y protestantes, a brujas y otras desviaciones heréticas y ya en el siglo XVIII, a masones y librepensadores. Pero sobre todo, sirvió como instrumento político para la monarquía durante los siglos XVI y XVII.

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Cuando los Reyes Católicos unieron las Coronas de Castilla y Aragón, se produjo un cambio radical: los monarcas fueron conscientes de los problemas religiosos y sociales que acarreaba la cuestión judeoconversa en sus reinos, y deseando obtener la legitimación eclesiástica de su poder, instaron al papa Sixto IV para que dotara por fin a la Corona de Castilla de esta institución.

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Sin embargo, no fue ni aquí ni en este momento cuando se fundó, sino que nación en el Languedoc, sur de Francia. Para cuando llegaron Isabel y Fernando, la Inquisición era una realidad en lugares tan dispares como Bohemia, Bosnica, Portugal, Polonia o Alemania, mientras que los reinos latinos de Oriente, Gran Bretaña, Castilla y Escandinavia carecían de ellos.

Este antisemitismo, sin embargo, no puede explicarse simplemente por cuestiones de fe. En la ahora España, a partir de finales del siglo XIII, la crisis demográfica y económica sufrida, así como sus consecuencias, fueron factores que desencadenaron la violencia contra los judíios.

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Nuestra Inquisición, la patria, la española, se creó el 1 de noviembre de 1478 bajo el papado de Sixto IV, quien puso esta institución bajo el poder directo de los Reyes Católicos. Dos años más tarde se nombró a los primeros inquisidores, que eran sevillanos, y el primer auto de fe se celebró en la ciudad hispalense el 6 de febrero de 1481, cuando se quemaron vivas a seis personas, comenzando por todo lo alto la leyenda de tan terrorífico tribunal.

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Dentro de la Inquisición, era el inquisidor general -puesto en su cargo a dedo por el rey y el papa- quien ostentaba el control a través del llamado Consejo de la Suprema. No puede decirse que los inquisidores tuvieran una agenda muy apretada. Las sesiones del Consejo tenían lugar los días no festivos, pero solo tres horas por la mañana, excepto martes, jueves y sábados que dedicaban dos horas más por las tardes se ocupaba de los pleitos públicos y de los casos de sodomía, bigamia, hechicería y superstición. Desde luego no se aburrían. Los viernes se analizaban las informaciones sobre la limpieza de sangre y desde 1633 se dedicaron al control de la Hacienda.

El centro de reclutamiento para los inquisidores -pertenecientes mayoritariamente a la baja nobleza- fueron las universidades.

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El punto de partida para comenzar la instrucción del proceso era la denuncia basada en sospechas suscitadas por comportamientos, gestos o frases por parte del acusado, o bien, a través de la acusación o la indagación que llevaba a cabo directamente el tribunal. Más te valía no caerle mal al vecino si no querías ser denunciado -problema que ha acompañado siempre a la idiosincrasia española a lo largo de su historia-.

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Tras establecerse un tribunal en una determinada ciudad, daba lugar a un período de gracia de unos treinta o cuarenta días en el cual se imponía la obligación de denunciar al santo oficio cualquier sospecha de herejía y en el que los herejes podían confesar y reconciliarse en la fe católica. Con este procedimiento se slavaban de penas posteriores y más graves, y solo cumplían una penitencia menor y pagar una limosna.

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Una vez presentada la denuncia -que, para más inri, a principios del siglo XVI se remuneraba-, que implicaba el arresto provisional del inculpado -en prisiones secretas y con total aislamiento durante semanas o incluso meses, sin saber quién ni de qué se le acusaba-, intervenía el fiscal. La detención iba siempre acompañada de la incautación de los bienes. Los testigos debían ser cristianos, mayores de catorce años, gozar de plenas facultades mentales, ser los suficientemente ricos como para no aceptar sobornos y no ser ni parientes ni enemigos del acusado. Esa era al menos la teoría. Si solo había dos únicos testimonios provenientes de mujeres, entonces no permitían condenar a la pena ordinaria, puesto que había mucha desconfianza de sus testimonios.

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La no confesión, mantenida bajo dolorosa tortura, creaba una presunción favorable hacia el acusado, haciendo impensable una condena.

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La culminación del procedimiento era el auto de fe. Este consistía en un acto solemne de frecuencia anual, con misa, sermón y lectura de la sentencia. Eran públicos porque servían para instruir e infundir terror y porque durante el auto se humillaba al condenado, lo que conseguía impresionar al pueblo cristiano y exaltar su religión. El acto público pretendía, y conseguía, disuadir a otros posibles herejes de la comunidad. Con el fin de obtener el mayor efecto se esperaba tener un número suficiente de condenados para que el auto fuera lo más multitudinario posible.

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La procesión pública hacia el estrado seguía este curioso orden: leñadores, soldados de la fe o miembros de congregación de San Pedro Mártir -los llamados familiares-, la Cruz Verde de la Inquisición y el estandarte con las armas del santo oficio -el olivo como señal de misericordia y la espada como señal de castigo-, el sacerdote portador del Santo Sacramento- bajo palio rojo y dorado-, el sacristán con la campanilla que avisaba de la llegada del sacramento, otro grupo de soldados, los condenados, cada uno custodiado por dos dominicos, los alabarderos del rey, y detrás los guardias del santo oficio. Cerrando el séquito de tan espeluznante espectáculo iban los portadores de unos muñecos -efigies- que representaban a los que habían huido o habían muerto en prisión. Junto a ellos, los portadores de los cofres con los restos de aquellos que no aguantaron la tortura o el encarcelamiento y los que eran exhumados tras ser declarados herejes después de muertos. Por último, las mulas en las que iban los inquisidores y los oficiales del tribunal que portaban la cruz en sus ropajes.

Los gastos de la organización del acto eran financiados por la subasta de los bienes de los condenados y por las penas pecuniarias.

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A pesar de que todo lo anterior no es moco de pavo, parece probado que la imagen de una Inquisición cruel y despiadada fue en muchos casos exagerada. Es cierto que la tortura se utilizaba para hacer confesar al acusado de su delito en el caso de que hubiese indicios de culpabilidad, cuando no quería confesar o sus declaraciones variaban. Sin embargo, la tortura era todo un arte y se practicó siguiendo unas estrictas normas de duración, técnica y frecuencia y, de hecho, durante su ejecución, no podían producirse derramamiento de sangre ni mutilación de miembros. Al menos, esa era la teoría, porque de entre los diferentes y numerosos métodos de tortura, los más usados y conocidos fueron la hora, el poste -la hoguera-, la rueda y el péndulo o garrocha. Es cierto que no corría la sangre ni mutiliaban los miembros del pobre desgraciado, pero estos métodos dislocaban brazos y piernas, rompían el cuello o consumían los cuerpos entre llamas. Hecha la ley, hecha la trampa.

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Los arrepentidos condenados al poste podían contar con la gracia de ser estrangulados con la ayuda de un garrote antes de prenderles fuego, algo que, por horrible que parezca, supone un alivio al condenado. A los menores de veinticinco años nunca se los quemaba, se los azotaba y, si eran varones, eran enviados a galeras. Si eran mujeres, al destierro. Si había que ejecutar a una embarazada esperaban a que diera a luz.

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Sin duda, los métodos de tortura más utilizados por la Inquisición fueron los de escarnio público, que aunque no consistían en una tortura física, sí lo era psicológica. Un ejemplo fueron los sambenitos, cuyo nombre proviene de saco bendito, que los penitentes debían vestir durante un tiempo como señal de su infamia. Los condenados a muerte llevaban otra versión del saco en negro decorado con llamas o demonios.

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Tomás de Torquemada Valdespino es, sin duda, uno de los personajes históricos más conocidos a la par que temidos por ser el gran inquisidor general durante el reinado de los Reyes Católicos. Nació en 1420 dentro del seno de una acomodada y bien conectada familia y siguió los pasos de su tío el cardenal y fraile dominico Juan de Torquemada. Llegó a ser doctor en Teología y ocupar la cátedra del Derecho Canónigo y Teología.

Curiosamente, aunque su ascendencia es discutida -sus bisabuelos pudieron ser judíos convertidos-, Torquemada fundó un priorato dominico en Ávila, donde se exigía la pureza de sangre: los componentes de la orden no podían tener antecedentes judíos.

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En 1455, fue designado prior en el Convento de Santa Cruz de Segovia donde conocería a la infanta de Castilla, Isabel. En 1482 fue nombrado inquisidor general a instancias del rey Fernando, y sentó las bases de la Inquisición, creando cuatro tribunales permanentes y el Consejo Supremo, del que sería su presidente perpetuo.

Se le ha descrito como el martillo de herejes, el salvador de su país, el honor de su orden. De hecho, durante su mandato se calcula que fueron quemadas más de diez mil personas y unas cien mil fueron cruelmente torturadas.

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Pero la Santa Inquisición no solo la tomó con herejes y marranos. Los libros también fueron pasto de las llamas en ese intento de controlar y dirigir la fe y la moral católicas. Nada estaba a salvo de la sospecha inquisitorial. Los libros heterodoxos se consideraban herejes mudos de gran poder. De hecho, la censura a la que se vieron sometidos fue en cierto modo un fenómeno peculiar de esta época donde la represión ideológica estaba a la orden del día.

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En torno al libro se creó una auténtica red de vigilancia policial y los métodos que utilizaron para identificar el tomo conflictivo fueron similares a los procesos a los que sometían a los herejes. Además, la obra también podía ser denunciada ante el tribunal, solo que aquí se enfrentaba a los llamados calificadores. Si el libro resultaba culpable, se prohibía total o parcialmente y se anunciaba tanto en misa como a través de edictos.

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Hasta las bibliotecas fueron objeto de control y catalogadas perniciosas para la fe. Como cada vez prohibían más autores y lecturas, aquellos edictos donde se anunciaba una pequeña cantidad de títulos, terminaron convirtiéndose en auténticos listados o índices de libros prohibidos.

En 1558, por ejemplo, el primer Índice romano de libros prohibidos censuraba leer y poseer nada más y nada menos que un millar de títulos entre los que se encontraban obras de Erasmo, Maquiavelo, Descartes o Rabelais, Kepler, Galileo o Victor Hugo también fueron, entre otros tantos, prohibidos. Una auténtica declaración de guerra contra la élite intelectual europea.

Aquella lista negra que se actualizaba regularmente se fue sofisticando con el tiempo y terminó clasificando a los propios autores por su grado de toxicidad. Incluso condenaron libros religiosos si estos estaban escritos en lengua vernácula -distinta del latín- y demonizaron los romances. Esta congregación del Índicesobrevivió como institución oficial hasta 1917. El Vaticano lo abolió en 1966.

CURIOSIDADES DE LA HISTORIA CON
EL MINISTERIO DEL TIEMPO.

viernes, 23 de noviembre de 2018

LA GIRALDA A SALVO.

Son los Reyes Católicos los que se han llevado las mieles de la definitiva expulsión de los musulmanes de la Península, pero conviene hacer constar de vez en cuando que esto fue así porque otro rey, Fernando III, ya les había allanado el camino. El 23 de noviembre de 1248 Fernando III el Santo, patrón de Sevilla, les quitó la Giralda a los musulmanes. La Giralda, la Torre del Oro, los Reales Alcázares y el Guadalquivir. Sevilla pasó a formar parte de territorio cristiano. La Macarena, el Cachorro y el Jesús del Gran Poder aún estaban por llegar. 
La conquista de Sevilla en aquel siglo XIII quedó como la más importante en varios siglos, lo que pasa es que la toma posterior de Granada tuvo mejor mercadotecnia. Fernando III, la verdad, desde que decidió conquistar Andalucía para Castilla fue de triunfo en triunfo. Primero Andújar, Martos y Baeza; luego Úbeda, Córdoba, Arjona, Jerez, Jaén... Hasta que llegó a donde quería, a Sevilla. Ni que decir tiene que las visiones de vencedores y vencidos fueron distintas según escribiera la historia un cristiano o un musulmán. Para los cristianos, Fernando III entró en Sevilla con mejor talante que Zapatero; los musulmanes, en cambio, dejaron escrito que Fernando III fue un tirano. Así es la historia de la historia. 
Sevilla pasó a ser, a raíz de la conquista, la ciudad más importante de la corona de Castilla y León, y Fernando III le tomó tanto gusto que se quedó a vivir. La convirtió en capital y corte de sus reinos, y no consiguieron que abandonara la ciudad ni con los pies por delante, porque allí murió y allí sigue enterrado. Y es fundamental reconocerle una cosa al rey cristiano: si el más precioso alminar almohade, la Giralda, sigue en su sitio es porque Fernando III se empeñó. Los musulmanes quisieron derribado junto con la gran mezquita, donde está ahora la catedral, cuando tuvieron que abandonar la ciudad, pero el rey dijo que como alguien tocara una sola teja del alminar y de la mezquita, degollaría a todos los moros que había en Sevilla. Visión turística tenía un rato. 

NIEVES CONCOSTRINA.

jueves, 22 de noviembre de 2018

LA NATURALEZA PARA UN INDIO NORTEAMERICANO.



En este texto enviado en 1855 por el gran jefe Seattle a Frank Pierce, presidente de los Estados Unidos, se contrapone el punto de vista de los blancos al de los pieles rojas en relación con la naturaleza. Para el jefe Seattle, la naturaleza era sagrada y el ser humano formaba parte indisociable de ella.
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«El gran Jefe de Washington nos envió un mensaje diciendo que deseaba comprar nuestra Tierra. ¿Quién puede comprar o vender el Cielo o el calor de la Tierra? No podemos imaginar esto si nosotros no somos los dueños del frescor del aire, ni del brillo del agua. ¿Cómo podría él comprárnosla? Nuestros muertos nunca olvidan esta maravillosa Tierra, pues es la madre del Piel Roja. Nosotros somos una parte de la Tierra, y ella es parte de nosotros. Las olorosas flores son nuestras hermanas, el ciervo, el caballo, el gran águila, son nuestros hermanos. Las rocosas alturas, las suaves praderas, el cuerpo del potro y del hombre, todos pertenecen a la misma familia. Si os vendemos nuestra Tierra, tenéis que saber que es sagrada, y vuestros hijos tienen que aprender que es sagrada. El murmullo del agua es la voz de mis antepasados. Los ríos son nuestros hermanos, ellos apagan nuestra sed. Pero mi pueblo pregunta: ¿Cómo se puede comprar el Cielo, o el calor de la Tierra, o la velocidad del antílope? ¿Cómo vamos a venderos esas cosas y cómo vais a poder comprarlas? [...] ¿Es que, acaso, podéis comprar los búfalos cuando habéis matado al último? [...] ¿Cómo puede un hombre apoderarse de su madre?»

Gran jefe Seattle

miércoles, 21 de noviembre de 2018

LA MUJER QUE SIGUIÓ A JESÚS.


María MagdalenaAsí, entre los Manuscritos de Nag Hammadi (textos gnósticos cristianos de los siglos II-IV), hay varios que mencionan a un personaje al que denominan Mriam o Mariamme, que los críticos mayoritariamente piensan que es la Magdalena, aunque ha sufrido ya un proceso de simbolización y mezcla con otras Marías.
Junto a estos, existen otros escritos de procedencias variopintas y afiliaciones ideológicas diversas. Algunos se acercan más a lo que se ha denominado gnosticismo, otros al encratismo, otros muestran más bien ideas estoicas, neoplatónicas o maniqueas. Cabe mencionar el Evangelio de María, la Pistis Sofía, la Sabiduría de Jesucristo, el Evangelio de Felipe, el Diálogo del Salvador, las Cuestiones de María, los Hechos de Felipe, los Salmos maniqueos, el Evangelio de Pedro, la Epístola Apostolorum y los Hechos de Pilatos.
Además de la simbología que utilizan, sus sistemas filosóficos los hacen especialmente difíciles y en ningún caso pueden ser interpretados literalmente. Por ejemplo, el Evangelio de Felipe dice que Jesús “la besaba en la boca”, lo que le daba la fecundidad espiritual de la sabiduría. La interpretación y el mensaje se hacen más profundos al tener en cuenta que esta y otras obras presentan a María Magdalena como la discípula gnóstica perfecta, con pleno conocimiento, el álter ego de Jesús, su “compañera”, quien lo entiende, la que ha recibido la revelación...
En algunos de estos escritos se puede ver una cierta rivalidad entre las figuras de Pedro y María Magdalena o entre ésta y María de Nazaret, una alusión probable a diferencias y controversias entre grupos e interpretaciones del mensaje dentro del cristianismo aún en formación: la memoria de las figuras de primera hora se usó para legitimar o deslegitimar ciertas posturas.
Sabemos por los textos de Hipólito, Orígenes, Irineo o Tertuliano que algunos grupos apelaban a las figuras de estas primeras discípulas para legitimar ciertas prácticas y posturas doctrinales. Dice Tertuliano (siglos II-III): “Estas mujeres herejes, ¡cuánta audacia! No tienen modestia. Son lo suficientemente intrépidas para enseñar, argumentar, hacer exorcismos y curaciones, y puede que incluso bautizar”. La figura de María Magdalena y su memoria fueron usadas, así, para justificar el liderazgo femenino y su derecho a enseñar, como puede verse en el Evangelio de María o en la Pistis Sofía.
Pero el nombre, la autoridad y la memoria de María Magdalena también los utilizaron sectores de la corriente eclesial mayoritaria y oficial para justificar la exclusión de las mujeres del ámbito directivo y organizativo, en una institución que estaba pasando de lo doméstico a lo público/político y se encontraba con unos esquemas culturales que definían cómo debían ser los papeles de género en ella.

martes, 20 de noviembre de 2018

LA "MUERTE NEGRA" SE ENSEÑOREA DE EUROPA: LOS CURIOSOS REMEDIOS PARA COMBATIRLA y CÓMO ALGO TAN TERRIBLE DERIVÓ EN ALGO BUENO





En la segunda mitad del siglo XIV, Europa sufrió un azote terrible, la peste, que en forma de epidemia diezmó a todo el continente. En sólo cuatro años se calcula que murieron algo así como unos 25 millones de habitantes, que si tenemos en cuenta la población europea del momento, vino a significar que pereció un tercio de sus habitantes. Fueron años horribles, de devastación, en los que apenas había tiempo de excavar tumbas, tantos y tan rápidamente se acumulaban los muertos, de forma que al final se recurría a acumularlos en montones para proceder a su cremación. 

Parece que la peste llegó de China, transportada por los barcos mercantes italianos que tenían contactos frecuentes con los puertos de Asia. Entre las mercancías que transportaban se colaron las ratas que, a su vez, transportaban unas pulgas diminutas que difundieron con una velocidad inusitada la mortal enfermedad. A ello ayudó, y no poco, las condiciones de emplazamiento y salubridad de las ciudades europeas. Casi todas las grandes urbes comerciales se situaban cerca del mar y de los ríos. La población se hacinaba en núcleos muy compactos de viviendas que carecían de toda higiene, con lo que la epidemia encontró el terreno abonado para su expansión. 

La peste bubónica tenía unos seis días de incubación y su primera manifestación era una buba, o pústula negra allí donde había picado la pulga. Se inflamaban, casi de inmediato, los nódulos linfáticos del cuello, las axilas y las ingles y en un santiamén las pústulas cubrían todo el cuerpo, muriendo el afectado en cuestión de horas. Pero también tenía la peste otras manifestaciones igual de letales y dolorosas: la peste neumónica, que se gestaba en tres días. 

Encharcaba los pulmones y el enfermo se ahogaba en su propia sangre. Y la peste septicémica, que penetraba en la sangre haciendo imparable la infección. En apenas un día moría la víctima que la padecía. 

La peste se transmitía por el aire, por los esputos de los infectados y por las picaduras de los animales, produciendo tal contaminación que era casi imposible sustraerse a ella. 

Como las manifestaciones de los tres tipos de peste eran diferentes, nadie sabía de qué se trataba ni cómo hacerle frente. Se crearon las teorías más disparatadas y se adoptaron las medidas más extrañas. Unos huían a otros lugares, algunos cerraban puertas y ventanas recluyéndose en sus hogares y las autoridades amurallaban las ciudades en un intento vano de frenar el avance de la peste incontrolable debido a su difusión aérea. 

El pánico se desató en todos los países y las supersticiones encontraron, en aquellos momentos de pavor, un caldo de cultivo idóneo por muy descabelladas que fuesen. La medicina continuaba anclada en los postulados de Galeno y no acertaba siquiera a dar una descripción correcta de la enfermedad, que se conseguiría bien entrado el siglo XX. Sólo unos pocos médicos fueron capaces de dar con el origen de la enfermedad, pero la mayoría se perdió en conceptos difusos como la conjunción de ciertos planetas o una serie de terremotos que se produjeron en la época en Euroasia. Tampoco faltaron los que creían que esa hecatombe se debía a los cambios de temperatura, a la forma de las nubes y otras ideas igual de peregrinas, para culminar con los que creían que la peste era el resultado de la lujuria y de dormir demasiado. iComo podemos ver había opiniones para todos los gustos!, pero ninguna que atajase la enfermedad. Y también hubo quien culpó de la epidemia a los judíos, que siempre fueron las víctimas propiciatorias de cualquier calamidad que se abatiese sobre el Viejo Continente. 

En aquel ambiente de terror y confusión, especialmente en las ciudades centroeuropeas, podía verse a menudo un extraño espectáculo, digno de una visión apocalíptica o de una película de Dreyer. Largas filas de hombres, vestidos con túnicas raídas, avanzaban flagelándose con furor, mientras proferían salmos invocando la protección divina y aullaban culpando a los judíos de aquella terrible mortandad. Eran la Hermandad de los Flagelantes que pronto tuvieron muchos comunidad judía la culpa de todos sus males. Éstos tuvieron que huir de muchos lugares, no pocos murieron a manos de los que buscaban venganza ante tanto dolor y de los que aspiraban a hacerse con los bienes de esta siempre próspera estirpe. Hubiera bastado comprobar que la peste no respetaba ni a cristianos ni a judíos para comprender que la enfermedad nada tenía que ver con ellos, pero, como tantas veces, el pueblo herido busca siempre un chivo expiatorio en el que descargar su ira. 

Los remedios con los que se pretendía atajar el mal tampoco tenían desperdicio. Entre los más efectivos se encontraban los rezos y los amuletos. Y en el terreno material se recomendaba el consumo de higos, avellanas, aceite de oliva y especias, ique si no curaban tampoco debían causar daño! Claro que si uno estaba algo pasado de kilos lo mejor era tomar el sol y abstenerse de dormir con una mujer por lo que pudiera suceder ... iaunque no sé, en esta última recomendación, cuál podría ser la causa-efecto! 

No faltaban otros consejos de tipo terapéutico como era llevar prendidos ramilletes de hierbas aromáticas, sangrías, que por aquella época eran poco menos que la panacea universal, y dormir en determinadas posturas. Los ricos inventaron sus propios remedios y se fabricaron medicinas con infusiones de oro y plata. A parte de su coste altísimo, estas medicinas aseguraban que el que tomaba, desde luego, no moría de peste, porque lo hacía envenenado por los metales. 

Así que entre la propia enfermedad y los remedios para combatirla, los muertos se multiplicaban en progresión geométrica. Pero de esta espantosa situación surgió un nuevo pensamiento, una nueva visión de la vida y de la muerte que desembocaría en la luminosa época del Renacimiento. La falta de mano de obra para el trabajo desarrolló la inventiva hacia una mecanización incipiente, mientras que la economía, completamente transformada por la situación, comenzó a apoyarse en el comercio. El mundo de las ideas experimentó una auténtica revolución, mientras el hombre cobró una importancia que no había tenido en la Edad Media cuando el centro de todo era Dios. Nada volvió a ser lo mismo en Europa después de esta epidemia y facilitó que los países se encaminasen hacia un nuevo concepto que sería la Modernidad. iY es que, por terrible que parezca, lo malo siempre es bueno para algo!