La Venus salió a la luz en Plakas, un pueblo de la isla de Milo, y por allí se afanaban en excavar arqueólogos franceses a ver qué podían llevarse para seguir rellenando el Museo del Louvre. Era una época, a principios de aquel siglo XIX, en que ingleses y franceses andaban a tortas por rapiñar el patrimonio de las civilizaciones antiguas de Europa y Egipto para exhibirlo en París y Londres, y la Venus de Milo era un tesoro de primer orden.
Cuando la escultura terminó de ser desenterrada, se descubrió un pedazo de mujer de dos metros que o había perdido los brazos y lo que demonios sujetara con las manos, o empezó comiéndose las uñas y se quedó en los muñones.
A Francia no le costó mucho hacerse con la propiedad de la Venus. Pagó unos francos al agricultor que la encontró, otro puñado a las autoridades locales de Plakas y una multa que impuso Turquía por haber sacado la estatua de la isla de Milo. Porque los turcos, que en 1820 ejercían la dominación sobre la isla, ya tenían vendida la Venus por otro lado y los franceses se la birlaron en el último momento. Pero el caso es que la isla era griega, la Venus la esculpió un griego y también un griego la encontró. Pero como en Grecia mandaban los turcos, les importaba un pito que se expoliara el patrimonio arqueológico.
Los griegos del siglo XXI se consuelan ahora con una réplica exacta de la Venus, que han instalado justo en el sitio en donde fue desenterrada. Pero, además, albergan una esperanza: encontrar los brazos que nunca hallaron los franceses. Por eso siguen excavando. Como los encuentren, los franceses tendrán que negociar.
No hay comentarios:
Publicar un comentario