Antes, cuando una mujer judía era condenada por adulterio, los sacerdotes la castigaban obligándole a beber una pócima con cal viva.
Sin
embargo, casualmente, si la adúltera era joven y agraciada solían errar
las medidas y en vez de provocarle la muerte apenas sufría algunos
retortijones.
Para enmendar su "error" los jueces se "sacrificaban" y era costumbre que se quedaran con ellas como sirvientas.
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