Tras
consumar su matrimonio, Isabel la Católica (1451-1504) tuvo que
mostrar a los testigos apostados junto a la puerta la sábana
ensangrentada que demostraba su viginidad.
No
fue la única que tuvo "mirones". Una costumbre de la Corte Española ,
que se remontaba a la época de don Pedro el Cruel (1334-1369), era la
de que los partos de las reinas se realizasen en presencia de testigos
que diesen fe de que los bebés eran realmente fruto del vientre real.
Como
reina de Castilla, Isabel la Católica tuvo que someterse a esta
tradición. Así, cada vez que la soberana castellana traía al mundo a uno
de sus hijos, que nacieron en Dueñas (Palencia), Sevilla, Toledo,
Córdoba y Alcalá de Henares (Madrid), un grupo de testigos tenía que
reunirse para presenciar el parto y certificar que por las venas del
infante corría sangre real.
Isabel
la Católica era una mujer de gran dignidad, incluso a la hora de dar a
luz. Por eso, cuando le llegaba la hora, pedía a sus doncellas que le
colocasen un velo sobre su rostro para evitar que nadie viera su dolor.
No hay comentarios:
Publicar un comentario