Nada se produce por un hecho aislado, pero un hecho aislado sí puede ser la chispa que encienda mucha pólvora acumulada. La pérdida de Cuba, Puerto Rico y Filipinas había sido una sangría y al gobierno conservador del momento, con una España analfabeta, sumida en una crisis social y económica tremenda, no se le ocurrió mejor cosa que volver a reclutar soldados para luchar en Marruecos y defender unas empresas mineras propiedad de grandes señorones españoles.
Pero sólo se movilizó a soldados pobres, a obreros, padres de familia que dejaban mujer e hijos sin posibilidad de sustento. Claro que, si hubieran tenido 1.500 pesetas, hubiera sido distinto, porque pagando 1.500 uno podía librarse de ser reclutado. Los ricos no iban a la guerra.

El embarque de aquellos desgraciados se produjo en Barcelona, y en el puerto las señoras de la alta sociedad, señoras que habían pagado 1.500 para que sus hijos no fueran reclutados, repartían escapularios a manos llenas y prometían rezar por ellos. Aquello fue el colmo. Los ánimos se crisparon y el embarque tuvo que suspenderse. A la vez, llegaron noticias de los primeros muertos en Marruecos y, claro, el ambiente se crispó más.
Se crearon comités obreros, se convocó una huelga general y el día 26, primero de la Semana Trágica de Barcelona, ardieron algunos edificios religiosos. El anticlericalismo tomó la calle. ¿Por qué la emprendieron contra la Iglesia? Por su nulo apoyo a las clases más desfavorecidas, por su monopolio de la educación, por la defensa que hacía de empresarios y patronos, y por su connivencia con la aristocracia. El cabreo era mucho y variado.
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