Se ajusta a los casos en que alguien demuestra con evidencia su dolor, malestar, rabia o indignación. También se usa por la negativa: “no hay que rasgarse las vestiduras”, para señalar que no se debe exagerar o dramatizar, pues lo acontecido no lo amerita. Puede creerse que se trata de una práctica exclusiva de gente pudiente, que posee ropa suficiente como para darse el lujo de romper alguna en un momento de ira, pero no es así. Era la actitud que asumían los miembros de antiguos pueblos, en particular judíos, cuando eran víctimas de desgracias. En algunos casos, también se complementaba la acción con autoflagelaciones.
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