Hija de reyes, esposa perturbada y madre de emperador, Juana I de Castilla, Juana la Loca, murió el 11 de abril de 1555 en su encierro del convento de Santa Clara, en Tordesillas (Valladolid). Loca, lo que se dice loca, no estaba. Un poco trastornada sí, primer por herencia genética de su abuela, Isabel de Portugal, y segundo y lo que la remató, porque su marido Felipe el Hermoso, míster Flandes, la tenía de los nervios de tanto correr tras las faldas de otras. Encima de enviudar embarazada de su sexto retoño, le robaron la corona, le quitaron sus hijos y la encerraron cuarenta y seis años. Así no hay reina que mantenga la calma.
Al margen de sus ataques de celos más que justificados, lo que contribuyó a tejer la leyenda definitiva sobre la locura de la reina Juana fue su peregrinaje por Castilla con el guapo cadáver de Felipe. ¿Iba ya loca perdida o la terminaron de enloquecer en el camino? Pues de todo un poco. Ella quería enterrar a su marido en Granada, junto a su madre Isabel la Católica; pero su padre, el católico Fernando, y su acólito, el cardenal Cisneros, le cerraban el paso en cualquier avance porque lo único que querían era que Juana dejara en sus manos la corona. Al final, lo consiguieron.
La encerraron en Tordesillas con sólo treinta años y la poca cordura que le quedaba la mantuvo gracias a la menor de sus seis hijos, Catalina, la única a la que le permitieron conservar a su lado. Durante aquel encierro de cuarenta y seis años, y vestida de monja, Juana la Loca pasó el tiempo desvariando, rezando y tocando el clavicordio. Fernando el Católico la visitó sin ganas tres veces, y su hijo, el emperador Carlos, ni siquiera intentó librarla del encierro cuando era una anciana inofensiva.
Juana I de Castilla, la reina que murió loca pero murió reinando, no mereció a su lado ni uno solo de los hombres que tuvo.
NIEVES CONCOSTRINA.
HISTORIAS DE LA HISTORIA.
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