Y es que el monarca Felipe II (1527-1598) tenía fascinación por conocer su futuro. En su Corte se podía encontrar magos, alquimistas, astrólogos... Fue tal la obsesión que tenía por saber lo que le depararía el destino que ordenó que le confeccionaran varias cartas astrales; entre ellas, la más famosa fue la denominada Prognosticón, encargada al médico Matías Haco. Una carta astral que el rey utilizaba como referente en su vida, aunque el tiempo juzgaría que de forma errónea, porque no fueron muchos sus aciertos. Por ejemplo, le pronosticaron que tendría más descendientes que su padre (primer fallo) o que Granada sería su lugar de residencia (todo lo contrario, Granada y sus moriscos generaron al monarca ás de un quebradero de cabeza). Aún así, el rey tomaba muy pocas decisiones importantes del reino sin consultar el Prognosticón.
Felipe II era un rey muy devoto y católico, por eso es posible que no fueran tan esotéricas las razones que lo impulsaran a rodearse de alquimistas y que más bien fueran económicas. Felipe II contrató a Tibero della Rocca para que intentara transformar metales en oro o plata con los que poder pagar a sus ejércitos. Tras muchos intentos el resultado no fue el deseado y las arcas del Estado quedaron notablemente mermadas.
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