"En mi angustia invoqué a Yahvé; invoqué a mi Dios. El oyó mi voz desde su templo, y mi clamor llegó a sus oídos... Humo subió de su nariz; de su boca salió fuego consumidor, y carbones encendidos saltaban de Él. Inclinó los cielos y descendió; una densa oscuridad había debajo de sus pies. Cabalgó sobre un querubín y voló; se remontó sobre las alas del vieno. Puso tinieblas alrededor de sí como su morada, oscuridad de aguas y densas nubes. Por el resplandor de su presencia se encendieron carbones de fuego... A la reprensión de Yahvé, por el soplo del aliento de su nariz" (2. S. 22,7).
"¡Oh, Padre Eterno (Yahvé), tu mano alcanzará a todos tus enemigos! Tu diestra alcanzará a los que te aborrecen. Y los pondrás como horno de fuego en el día de tu ira. Dios Nuestro Señor (Yahvé) los deshará en su ira y el fuego los consumirá. Y su fruto harás desaparecer de la Tierra. Y su descendencia de entre los hijos de los hombres (Sal. 21,8-10).
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