Los romanos ya regalaban anillos matrimoniales, una costumbre precristiana que compartían los hebreos (que lo llevaban en el índice) y los hindúes (que preferían el pulgar).
La tradición de colocarlo en el dedo anular nace en Grecia en el siglo II a.C. Los antiguos pensaban que en ese dedo finalizaba la vena del amor, que salía del corazón.
En el 860 con el papa Nicolás I, defensor del carácter sagrado del matrimonio, se institucionalizó el hábito de poner anillos de oro en la ceremonia nupcial.
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