Las cerca de 15.000 personas que viven en Lalibela, al norte de Etiopía, consideran sus tesoros más sagrados cada una de las once iglesias subterráneas de la ciudad, que en conjunto forman el complejo más espectacular de templos monolíticos del mundo. Construidas a partir de un único y colosal bloque de escoria volcánica roja, estas edificaciones yacen bajo el nivel del suelo, separadas del terreno circundante por una trinchera, pero comunicadas mediante pasadizos con una intrincada maraña de cuevas y catacumbas. Aunque suele atribuirse su construcción al rey Lalibela (1181-1221), existe una cierta controversia sobre su origen. Así, el profesor de la Universidad de Cambridge David Phillipson, experto en arqueología africana, señala que al menos tres de ellas pudieron ser excavadas 500 años antes, proyectadas quizá para ser fortificaciones o estructuras palaciegas.
Otros autores más "heterodoxos", como el escritor escocés Graham Hancock, señalan que tal hazaña arquitectónica no habría sido posible sin la intervención de algún maestro extranjero. Hancock cita nada menos que a los templarios, una hipótesis rechazada mayoritariamente.
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