Sin lugar a dudas tenemos que referirnos a la Reconquista Española. Ninguna otra disputa religiosa ha durado tanto como los 781 años que median desde la batalla de la Janda hasta la entrega de Granada.
Calculando cuatro generaciones por siglo, estamos hablando de treinta y una generaciones de combatientes, lo que supone todo un triste récord. Claro está que ni la lucha fue ininterrumpida ni su único motivo fue la religión.
Hubo largos períodos de paz, y también se produjo una cierta compenetración entre ambas culturas y religiones. Al fin y al cabo, después de tanto tiempo, tan españoles eran unos como otros. Es más, la invasión de la Península supuso la entrada de material genético foráneo, pues quienes entraron eran varones que terminaron uniéndose con mujeres hispanas, y lo mismo hicieron sus hijos y sus nietos. Veinte generaciones después, el aporte extranjero se había disuelto como una gota de tinta en un barril de agua.
Pero no sucedió así con la religión: las cruces y las medias lunas no se disolvieron en los estandartes, e hijos, padres y nietos continuaron muriendo bajo ellas en ambos banos.
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