Sacrificio al dios Baco, relieves pertenecientes a la decoración de un sarcófago (siglo II a.C). Roma, Museos Vaticanos.
Cuando los romanos atacaban a otro pueblo, primero intentaban convencer a los dioses del enemigo para que se pasasen a su bando. Para ello el general romano utilizaba una fórmula religiosa llamada evocatio. Antes de la batalla, se recitaba esta fórmula y se sacrificaba un animal para poder conocer, gracias a la lectura de sus vísceras, la respuesta que habían dado los dioses. De esta manera, el panteón de dioses romanos fue creciendo a medida que se desarrollaban las conquistas. El siguiente texto lo transmite Macrobio, escritor de finales del siglo IV e.c., en su obra titulada Saturnales:
«Sea dios o sea diosa aquel que tenga bajo su protección al pueblo y al territorio que atacamos, suplico, conjuro y animo a que, de buena voluntad, abandone a ese pueblo y marche de sus templos y de sus ciudades, sembrando el terror y el olvido entre sus habitantes. Venid conmigo a Roma, con los míos, donde encontraréis una ciudad y un templo mejores, protegiéndonos así a nosotros los romanos.»
Esta fórmula indica que los romanos no dudaban de la existencia real y el poder de los dioses de los pueblos extranjeros y, por ello, intentaban obtener su apoyo. A cambio, prometían darles culto como si fueran dioses romanos. Roma no hacía exclusiones: la existencia de sus dioses no tenía que implicar la inexistencia de los demás.
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