El principio del trágico fin de los templarios, esos señores mitad monjes mitad caballeros que han generado tanta y tan fantasiosa literatura, comenzó hace siglos, el 13 de octubre del año 1307. Aquel día empezaron las detenciones de cientos de ellos en toda Francia y pasaron en un santiamén de ser los héroes de la Santa Cruz a los villanos blasfemos más despreciables. Esa jornada fue viernes, viernes 13, y en Francia quedó la coincidencia del día y el número marcada para los restos como la más nefasta del calendario.
¿Qué pasó aquel viernes 13 de octubre? ¿Qué provocó que los templarios cayeran en picado después de haber disfrutado durante casi dos siglos de todos los beneplácitos reales y papales por su lucha en la recuperación de Tierra Santa? Pues pasó, haciendo un resumen simplista, que las Cruzadas se fueron desinflando; que Europa tenía problemas más graves y cercanos que luchar contra los musulmanes; que el enemigo, la orden de los hospitalarios, se la tenía jurada; que los templarios se hicieron inmensamente ricos... Pero, sobre todo, pasó que el rey francés Felipe IV se empeñó en acabar con los templarios porque sus planes no le salieron como él quiso.
En total hubo ocho Cruzadas, pero el rey francés quiso liderar la novena. Para ello necesitaba que se fusionaran todas las órdenes militares-religiosas, sobre todo la del Temple y la del Hospital. El objetivo era hacerse con los cuantiosos bienes y posesiones de los templarios, terminar con la exención del pago de impuestos del que disfrutaban y, con todo ese dinerito en el bolsillo, ponerse a la cabeza de la reconquista de Tierra Santa.
Los templarios dijeron que nanay, que no se fusionaban con los hospitalarios y que no cedían sus bienes. Resolución real: todos a la cárcel. ¿Bajo qué acusaciones? También todas las imaginables: por herejes, sodomitas, idólatras, hechiceros... Mentira cochina, pero unos mil monjes-caballeros, templario arriba, templario abajo, fueron encarcelados. Las perrerías que les hicieron no tienen nombre.
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