Qué difícil se nos hizo a casi todos entender
el lío que se montó en el Tíbet en marzo de 2008. Cargas policiales, manifestaciones,
comercios ardiendo, los Juegos Olímpicos de Pekín encima, los medios de comunicación
expulsados y venga fotos en los periódicos con monjes corriendo con las togas
remangadas. Pero los sucesos de marzo tenían, evidentemente, un origen. El 7 de
octubre de 1950, ochenta mil soldados del Ejército Rojo de Mao Tse Tung invadieron
e! Tíbet y se lo quedaron.
Desde entonces el Tíbet es un polvorín que estalla
de tarde en tarde y cuya mecha, todo hay que decido, la encendieron los británicos.
Las relaciones de chinos y tibetanos hasta principios del siglo XX no eran malas.
Al contrario, porque el Dalai Lama era el consejero espiritual de los
emperadores chinos. Es decir, la China imperial brindaba protección al Tíbet y
los tibetanos, a cambio, rezaban por la China imperial. Todos contentos. Cada
uno en su casa y Dios en la de todos. Y en esta cordialidad vivían unos y otros
cuando, en 1904, los británicos se encapricharon del Tíbet por su posición estratégica.
Así que los ingleses invadieron el País de las Nieves.
Y ahí fue cuando China dijo, un momento, antes
de que se lo queden los británicos, nos lo quedamos nosotros. Ingleses y chinos
comenzaron a pegarse por el Tíbet, hasta que alcanzaron un acuerdo. Dijeron los
británicos a China, vale, tú te quedas con el Tíbet y a cambio me firmas un jugoso
acuerdo comercial. Por supuesto, sin preguntar a los tibetanos qué opinaban. Desde
entonces Pekín consideró el Tíbet como propio, hasta que llegó Mao Tse Tung aquel
7 de octubre y puso la guinda al pastel. Envió al Ejército Rojo, se empeñó en acabar
con e! dirigismo religioso e impuso la Revolución Cultural. Y hasta hoy. Dice un
proverbio tibetano que, aun sin armas, Buda puede derrotar al más grande enemigo.
Lo que pasa es que se toma su tiempo.
NIEVES CONCOSTRINA.
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