La Piedra del Sol estaba instalada en Tenochtitlán cuando por allí se dejó caer Hernán Cortés. Como luego el extremeño destruyó la ciudad, el calendario quedó enterrado. Hasta que a finales del siglo XVIII, haciendo unos desagües en la plaza del Zócalo, la que siempre vemos por la tele con una enorme bandera mexicana en el centro, reapareció la piedra. Se conocía su existencia, pero todos se quedaron pasmados. Allí estaban las cuatro edades en las que los aztecas dividían la vida del mundo; los 360 días del año solar, los 20 días de cada uno de los 18 meses, las semanas, la noche, el día, la predicción del futuro ... Yeso que aún no se ha descubierto la mitad de los enigmas que encierra.
Al principio, la Piedra del Sol quedó expuesta sin vigilancia alguna, pero luego fue colocada en un muro de la catedral para asegurar su conservación. Mala idea. Mientras que muchos indígenas se concentraban allí para adorar su piedra sagrada, los criollos, los descendientes de europeos, se dedicaban a tirarle piedras y porquería porque la consideraban un símbolo azteca y pagano. Si se fijan, la cara del dios que aparece en el centro del calendario está molida a disparos.
La volvieron a cambiar de sitio, y esta vez la metieron dentro del antiguo Museo de Historia. Pero cuando se inauguró el nuevo, el Antropológico, se decidió que era necesario otro traslado. Un mes se tardó en desprender la piedra. Se utilizaron seis grúas para moverla y un enorme vehículo que la arrastró por la ciudad a 10 kilómetros por hora. Los aztecas serían muy brutos, pero desde luego eran mucho más mañosos moviendo piedras.
No hay comentarios:
Publicar un comentario