Inglaterra guardaba detrás de su petición, aparentemente humanitaria, un par de maniobras políticas magistrales. Primera: Gran Bretaña apenas tenía intereses en América, y lo que quería era agotar la rentabilidad económica que tenía el Nuevo Mundo. Si faltaban esclavos, mano de obra, menos ganancias tendrían los países con intereses en América. Y segunda maniobra: con la prohibición de la trata de negros, la marina británica tendría la excusa perfecta para inspeccionar cualquier barco, con lo cual se haría con la hegemonía total en el Atlántico.
Ahora bien, no perdamos de vista a los compañeros españoles del siglo XIX, porque a Cuba llegaban diez mil esclavos anuales cincuenta años después de la abolición de la trata de negros. Insisto en que lo que se prohibió en Viena fue el comercio, pero no la esclavitud en sí. O sea, el que tuviera esclavos, pues muy bien. Santa Rita, Rita, lo que se da no se quita.
Le restregó al ministro de Ultramar un anuncio en un periódico cubano que decía: «Se venden dos yeguas de tiro y dos negras, hija y madre; las yeguas, juntas o separadas; las negras, separadas o juntas».
NIEVES CONCOSTRINA.

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