La llegada del botón en el siglo XIV creó, en cierto modo, la moda europea. Hasta entonces había habido moda, pero en su aspecto más elemental: variantes sobre un modelo único.
Las prendas eran de confección, y había tres tallas, y todo se reducía a túnicas, capas, camisones, jubones, calzas y calzones.
Los cruzados volvieron de Siria con muchos objetos nuevos, entre los que descuellan el rosario y el botón.
Éste irrumpió como un rayo, porque, por primera vez en la historia de nuestro continente, permitió hacer ropa a la medida, es decir, ajustando las prendas a la forma del cuerpo.
La Iglesia romana se opuso al principio a la revolución del botón porque permitía ceñir los cuerpos femeninos de manera provocativa, pero acabó cediendo. Y el botón, muy en uso entre árabes, turcos y mongoles, hizo gran fortuna en Europa, revolucionando el concepto europeo de la elegancia y sustituyendo lorigas y cotas de malla por elegantes guerreras ceñidas para que los oficiales pudiesen lucir el talle en los bailes de capitanía.
Algunos años después, la burguesía naciente empezó a competir en elegancia con la nobleza medieval, más conservadora, y el botón se convirtió casi en un símbolo de la revolución burguesa, una revolución que culminó en la francesa y en la que el botón tuvo un destacado papel.
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