Los nobles y la jerarquía
eclesiástica de Castilla se la tenían jurada a Enrique IV. Por eso, el
28 de septiembre de 1464 se pusieron de acuerdo para hacerle llegar un
mensaje cargado de mala leche. Le escribieron diciendo que su hija, la
princesa Juana, no era su hija. Le dijeron que su mujer se la había
pegado con un jovenzuelo llamado Beltrán de la Cueva. Le dijeron que
aquella niña no podía ser la heredera al trono porque no era legítima.
Pobre cría, en aquel momento la marcaron como Juana la Beltraneja.
La historia ya ha sido revisada y en algunos puntos se ha vuelto del revés. Que Enrique IV fuera homosexual... puede; que la niña no fuera suya... pues quizás; pero a ver desde cuándo eso ha sido un inconveniente para reinar en España. La historia de las monarquías está repleta de hijos extramatrimoniales. Parece demostrado que todo el tinglado que le montaron a Enrique IV iba destinado a lo que al final ocurrió, a desacreditar su imagen y su hombría para declarar heredero al hermano menor del rey. Porque aquellos nobles castellanos que se propusieron deshonrarlo eran como el Aquí hay tomate del siglo XV: primero lanzaban el rumor y luego lo convertían en noticia.
Y fueron ellos quienes propagaron por todo el reino que la princesa Juana era hija de otro hombre porque el rey era impotente. Nunca se ha demostrado que Enrique IV fuera incapaz; aquello fue una maniobra aprovechada a raíz de su presunta homosexualidad. Como si una cosa tuviera que ver con la otra.
Ni mucho menos se ha probado que la princesa Juana no fuera su hija. Enrique IV siempre defendió que era legítima, y además hay un detalle que hace sospechar que esto es cierto: el supuesto padre de la niña, Beltrán de la Cueva, cuando Juana y su tía Isabel se enzarzaron en la lucha por el trono, guerreó en el bando de la futura Isabel la Católica. De haber sido realmente el papá de Juana, ¿no hubiera sido más lógico que defendiera los intereses de su hija? Sea como fuere, a Juana la Beltraneja le birló el trono su tía Isabel. Conste.
NIEVES CONCOSTRINA.
HISTORIAS DE LA HISTORIA.
La historia ya ha sido revisada y en algunos puntos se ha vuelto del revés. Que Enrique IV fuera homosexual... puede; que la niña no fuera suya... pues quizás; pero a ver desde cuándo eso ha sido un inconveniente para reinar en España. La historia de las monarquías está repleta de hijos extramatrimoniales. Parece demostrado que todo el tinglado que le montaron a Enrique IV iba destinado a lo que al final ocurrió, a desacreditar su imagen y su hombría para declarar heredero al hermano menor del rey. Porque aquellos nobles castellanos que se propusieron deshonrarlo eran como el Aquí hay tomate del siglo XV: primero lanzaban el rumor y luego lo convertían en noticia.
Y fueron ellos quienes propagaron por todo el reino que la princesa Juana era hija de otro hombre porque el rey era impotente. Nunca se ha demostrado que Enrique IV fuera incapaz; aquello fue una maniobra aprovechada a raíz de su presunta homosexualidad. Como si una cosa tuviera que ver con la otra.
Ni mucho menos se ha probado que la princesa Juana no fuera su hija. Enrique IV siempre defendió que era legítima, y además hay un detalle que hace sospechar que esto es cierto: el supuesto padre de la niña, Beltrán de la Cueva, cuando Juana y su tía Isabel se enzarzaron en la lucha por el trono, guerreó en el bando de la futura Isabel la Católica. De haber sido realmente el papá de Juana, ¿no hubiera sido más lógico que defendiera los intereses de su hija? Sea como fuere, a Juana la Beltraneja le birló el trono su tía Isabel. Conste.
NIEVES CONCOSTRINA.
HISTORIAS DE LA HISTORIA.
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