Depende tanto de lo que entendamos por sacerdotes como de lo que interpretemos por religión. En general, puede decirse que cuando hay culto, hay oficiantes. O sea, sacerdotes. Y cuando hay sacerdotes, hay jerarquías. O sea, Iglesia. Todas las variantes del cristianismo están fuertemente jerarquizadas, y la historia de los países cristianos no se entiende sin la intervención de sus jerarcas religiosos. En Egipto formaban una casta tan poderosa que, a menudo, dictaban las actuaciones del faraón.
Los judíos tenían sus grandes rabinos. Los druidas celtas de la Galia intervenían decisivamente en todas las actividades de su comunidad. Su nombre genérico, druwid-es, está emparentado con las raíces de ver (en latín, videre) y de saber (en alemán, wissen).
Tenían Iglesia, pues elegían a un pontífice y celebraban sínodos regularmente en un lugar cercano a Troyes, en la región de Champaña-Ardenas (Francia). La jerarquía puede ser canónica y regulada por leyes estrictas, como la cristiana y la tibetana, o surgir libremente del crédito y la sabiduría de los hombres de fe, aquellos a los que se considera superiores por méritos propios. Este último caso es el de la religión musulmana, que se tiene por una religión sin sacerdotes ni estructura eclesial. Y lo es, sí. Aunque, francamente, quién lo diría al echar un vistado al país de los ayatolás.
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