El pintor Adrien Moreau retrata en el cuadro Tras fa boda una tipica ceremonia nupcial del siglo XVI |
El
origen de esta costumbre se halla en la Roma clásica, donde las novias
se casaban con la misma túnica blanca que se ponían a diario, aunque
también usaban un velo color púrpura adornado con una corona de flores.
El
blanco, sin embargo, no perduró pues posteriormente varió según épocas y
regiones. En la Edad Media, sólo se ponían vestidos de novia las
mujeres de la realeza, pues ellas tenían los medios, y optaban a menudo
por el rojo bordeado de intenso color oro como símbolo de reafirmación
y poder.
La
ropa habitual y acaso un velo eran la única licencia que se podían
permitir las plebeyas en el día de su boda. Y lo mismo ocurrió durante
el Renacimiento, tiempo en que para las damas de abolengo no era el
color lo que contaba, sino el bordado a base de piedras preciosas,
perlas y diamantes.
En
el siglo XVIII, se pondrían de moda los colores pastel, y la
popularidad definitiva del blanco comenzaría en 1840, año en que tuvo
lugar la boda de la reina Victoria de Inglaterra con Alberto de
Sajonia-Coburgo-Gotha.
La
foto de la real pareja, con la soberana enfundada en el vestido blanco
que ella misma escogió, tuvo un enorme eco mundial y reinstauró la moda de dicho color. Así, el blanco vino a significar la pureza y la virginidad, valores que antes representaba el azul.